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Friday, April 9, 2010

Ensayo sobre el arte de escribir ficción

Por Luis Alberto Miranda


Crear o hacer creer una realidad que existe en nuestra imaginación solamente, no es una tarea fácil, puesto que se trata de ubicar sobre una geografía abstracta un conjunto de personajes y situaciones, o al menos uno o dos personajes, que tengan la capacidad de tocar al lector y que sean al mismo tiempo parte fundamental del interés del creador, en este caso del escritor o cuentista, quien esta obligado a dar una buena medida de realidad a sus creaciones. Los grandes escritores, aquellos a quienes se les reconoce como auténticos creadores de ficción, han logrado momentos epifánicos en medio de una batalla agotadora para ajustar cuentas con numerosos demonios que los atormentan. ¿Cómo adquieren tinte de realidad, por ejemplo, los personajes de García Márquez en medio del colorido panorama de su realismo mágico? Las situaciones y circunstancias están profundamente sombreadas por las lentes de diversos colores de las miradas y visiones del autor. Las cargas subjetivas que incluso en la física moderna han sido reconocidas como factores determinantes e influyentes en los resultados de una investigación científica, son en el caso de la literatura los pinceles mágicos con los cuales se pintan el carácter y la personalidad de todos y cada uno de los personajes. Pero el lector atento, coloca al escritor en una situación embarazosa, cada vez que lo interroga y penetra sus recónditas motivaciones y sus influencias; este a su vez, se ve obligado a revelar y exponer, en todas y cada una de sus creaciones, las cuales son de alguna manera, conciente o inconciente, genéticas o aprehendidas en su medio social y económico, sus propias experiencias.
La humanidad tiene ya miles de años y la experiencia del hombre se ha ido resumiendo de generación en generación; la historia es una inmensa colección de las más inverosímiles situaciones y de los más extremos acontecimientos, además interpretados en su mayor parte por los vencedores de las crisis sociales y de las guerras sucedidas y también por las víctimas que sobreviven en obras de arte, escritos inéditos y restos arqueológicos o antropológicos de sus respectivas épocas. La realidad, en si misma, no puede ser objetiva, sino que existe a través de la mirada de quien la experimenta. Dos personas distintas que viven una misma experiencia tienen dos versiones distintas de la misma realidad que experimentaron juntos. Incluso en la intimidad, una pareja que vive una misma relación sexual, tiene cada uno, una versión distinta de su experiencia; los sentidos funcionan diferente de acuerdo a infinitas situaciones o factores externos, incluidos los estados de ánimo y las sensaciones internas, la manera como se perciben los colores, los olores, el tacto, el gusto y el oído hacen que cada ser humano constituya un universo único y diferente de los demás.
La realidad, vista así, se nos aparece entonces como una muy compleja y diversa materia que adquiere infinitas formas. Eso hace muy difícil poder hacer recetas para escribir un cuento o una novela.
Muchos preguntan si un escritor lo hace sobre sus experiencias. Por supuesto que estas hacen parte del bagaje del inconciente de todo aquel que escribe o intenta hacerlo. Pero es necesario desglosar que se pretende cuando se habla de experiencia. ¿Dónde comienza y termina una experiencia? ¿Cuándo una experiencia es completa y cuándo incompleta? ¿Qué grado de sensibilidad debe poseer quien vive la experiencia para que ésta sea la materia prima y el hilo con el que se puede tejer una historia que parezca real o que por lo menos cree la sensación de realidad?
Definitivamente, el escritor tiene una genialidad, tiene la capacidad de captar de la atmósfera que le rodea, las partículas inmersas e invisibles en el aire, gracias a su imaginación capaz de descubrir en ese maremagno de las experiencias de la vida cotidiana aquellas situaciones y momentos que caracterizan a quienes le circundan, develando los aspectos fundamentales de un temperamento, del carácter de alguien o de la personalidad de muchos.
Es un ejercicio que implica la categoría dialéctica de lo común de lo diverso.La ficción descubre las pulsaciones de la realidad, los toques característicos de la psicología humana, los momentos de bondad y generosidad, la grandeza de la naturaleza humana y/o los desbarrancaderos de la mente, los pensamientos tortuosos, las conductas infames, el egoísmo, la envidia, la avaricia, la gula, el odio y el amor como el motivo salvador que nos hace ser mejores o peores según las condiciones en que se vivan todos estos sentimientos. Ubicar los sentimientos y los personajes que los viven es el comienzo de toda ficción, pero eso implica la genialidad de quien observa. El escritor puede aprender a reconocer el verdadero rostro de sus personajes a través de las situaciones cotidianas a las que todos estamos acostumbrados. Si pasamos alguna vez por un convento y alcanzamos a ver a las novicias a la hora de la comida o del rezo, podríamos ya tener una idea del ambiente y de los factores que determinan el estilo de vida y la conducta de quienes viven esa realidad. De igual manera esta en la sensibilidad del autor tener la capacidad de ver todo aquello que es invisible y que es precisamente lo que hace que X sea X, es decir, los factores que hacen que una persona, llámese José, en este caso, sea José. Su educación, la manera como ha sido influenciado por el amor de sus padres, o por la carencia de estos, sus millones de experiencias en sus años escolares, la manera en que ha vivido la adolescencia, sus lecturas, sus creencias religiosas y políticas, las ideologías a que ha sido expuesto, sus experiencias sexuales y emocionales, etc. constituyen una infinita gama de factores invisibles que son definitivamente los que hacen precisamente que José sea específicamente "ese José" y no otro. El escritor tiene la genialidad de poder ver eso invisible que son las relaciones humanas, que no tienen forma física ni material, que no pueden ser aprehendidas pero que si pueden ser aprendidas mediante el ejercicio maravilloso de la imaginación.
Los grandes novelistas nos han dado la oportunidad de reconocer nuestras identidades. Charles Dickens nos permitió identificar al inglés, Balzac a la sociedad francesa de su época, García Márquez hizo el espejo en el que se pueden mirar los latinoamericanos. La literatura nos ha permitido conocer las diferencias entre un joven protestante francés y un católico español, entre una dama de alta alcurnia y una prostituta barata, entre una virgen y una santa, entre un hombre de negocios y un bandido, entre un político honesto y un dictador corrupto. De esa manera, la ficción ha sido capaz de crear una realidad más aprehensible que la realidad misma que se disuelve a cada instante en un pasado que queda en nuestra memoria como un recuerdo vago que no sabemos si lo hemos soñado, vivido realmente o simplemente imaginado en un momento de lucidez o de locura.
La imagen de un niño caminando con su abuelo sirvió a García Márquez para desarrollar toda una historia. A partir de una imagen, de una escena, el artista hace un cuadro o un retrato; Puede conceptuar la juventud y la veteranía, la verdad y la falsedad de una relación, reconocer al idealista o al tramposo a partir de una fuerza capaz de procesar sus impresiones y convertirlas en una realidad. Por sobretodo es una facultad para procesar las impresiones; es mucho más intensa que comprometerse en una pasantía o que involucrarse por un largo período en un medio social. El escritor mira como desde la cima de una montaña el acontecer y el acaecer de aquello y de aquellos en quienes tiene un interés directo o donde habitan los demonios que lo motivan a vivir y a crear; juega con el poder de suponer, de imaginar, de barajar posibles e imposibles, de ver lo visible de lo invisible, de caer en la cuenta y seguir la huella de las implicaciones de los actos humanos y de todas las cosas que nos rodean. Es simplemente, la capacidad para juzgar el conjunto total del tejido social y de los patrones que lo constituyen. Es también, la capacidad de sentir la vida en su totalidad conociendo la condición humana a través de todos aquellos con quienes convive a diario. Es conocer los rincones y recovecos de la vida en cada una de sus etapas. Todo este acumulado de vivencias, incluida la educación es tal vez, lo que llaman experiencia. Es el paso de la vida en un pueblo, ciudad o país. Son las impresiones que llenan nuestros días, esa es nuestra experiencia. Los millones de mini-fotografías que captan nuestros sentidos cada minuto y a cada instante y que van almacenándose en nuestro inconciente. Ordenar estas millones de impresiones es ordenar los recuerdos, clasificar la multiplicidad de vivencias-impresiones que conforman el aire que respiramos.
Así, a la experiencia debemos agregar otros recursos, como la capacidad para darle realismo a los detalles o simplemente crear detalles creíbles que ayuden a la decoración del relato. Por supuesto, siempre estará presente el propio gusto, aquello que nos atrae más y nos permite deducir o recrear las aristas de nuestros personajes.
La virtud de una novela radica en crear el ambiente donde se pueda respirar una realidad con todas sus cargas morales e ideológicas, con sus prejuicios sociales y religiosos, con sus vicios y defectos, con conciencia moral o sin moral, pero creíbles en al ámbito de las relaciones humanas. En el caso de James Joyce y su novela Ulises, un retrato hiperrealista de la psicología de cada personaje, es construido a partir de los más nimios y precarios aspectos de la personalidad individual en una cotidianidad urbana típica de las sociedades modernas donde se trabaja y medra para la subsistencia sin buscar otra retribución que la satisfacción de las necesidades psicológicas y físicas de la vida diaria. Joyce tiene la capacidad de recrear el flujo de pensamientos de sus personajes en el contexto de las actividades intrascendentes de la cotidianidad y la monotonía de los días donde no sucede nada extraordinario. Escribir una novela es crear una ilusión de vida. Cultivar cuidadosamente el estudio del proceso de recrear la vida con todos los retos que nos impone el manejo apropiado del lenguaje, constituye para mí, la verdadera realización del arte de la ficción. Un cuento, a su vez, viene a ser una mini-novela, un instante, una impresión en el conjunto de lo que puede ser una novela total. Pero eso no significa que un cuento sea inferior o requiera menos calificaciones de las que hemos tratado de entender hasta ahora. Por el contrario, el cuento exige una capacidad de síntesis y un manejo exquisito del lenguaje para poder conjugar en unas pocas cuartillas la inspiración, el desespero, la angustia existencial, el tormento y la delicia que le permiten al cuentista una verdadera satisfacción. Escribir es competir con la vida.
Pero la creación, no puede reducirse a un simple código formal. ¿Qué es lo que el escritor quiere describir de sus personajes y del ambiente que les rodea. ¿Qué rasgos particulares y qué particularidades psicológicas?
La creación de un retrato creíble nos lleva a relacionar nuestros personajes con su ambiente intelectual, ya sea histórico, filosófico, etc.
El problema del significado de lo que el escritor describe o representa nos conduce a conectar el incidente y los personajes con su medio ambiente intelectual. La historia y la filosofía en medio de las arbitrarias distinciones que otras áreas temáticas como la religión, la naturaleza, la política y en general las problemáticas del ser humano, forman siempre por conveniencia o porque se corresponden como puntos de referencia necesarios con el objeto mismo de las creaciones, llámense personajes o situaciones.
El autor salta de una a otra de estas temáticas de manera arbitraria pero lleva implícito en cada uno de sus movimientos el problema fundamental de la representación que es también válido para toda expresión artística. ¿Qué debemos representar?, ¿Cómo lo representamos y por qué? -
El acto de creación literaria esta lleno de contradicciones, es un viaje entre lo real y lo ideal, entre la razón y el sentimiento, entre lo natural y lo fantástico. Todo autor deviene así en un demiurgo.
Para el crítico se hace muy difícil establecer patrones de juicio y entrar a calificar si los diálogos son más representativos que las descripciones y en que punto hay un claro delineamiento de los personajes y de los incidentes. Lo único cierto es que una novela o un cuento son un organismo vital y que esa vitalidad radica en la intención narrativa y en la capacidad descriptiva de las circunstancias y sus conectores lógicos con el ambiente intelectual que hemos mencionado anteriormente.
En síntesis, lo que existe son buenas y malas novelas o cuentos. Malos y buenos escritores. Pero el escritor auténtico es aquel que esta comprometido ante todo con la vida y que tiene un barniz de cultura que le permite contextualizar su obra. Esto excluye de alguna manera a toda esa producción seudo-literaria donde se pretende única y exclusivamente satisfacer la demanda del mercado. A ese nivel se producen montones de libros para usufructuar el ego y llenar las cuentas corrientes de las estrellas del deporte, del cine, de la radio y/o de la televisión; esa producción y todo el testaferrazo implícito en estas producciones, tienen, por supuesto que ser consideradas independientemente y en otros sustratos de conceptuación que no son necesariamente los parámetros de una obra literaria que deviene en obra de arte. Muchos textos en el mundo actual están determinados por las necesidades propias de un programa de imágenes o están concebidas para desarrollar documentales o películas; esos textos demandan requerimientos y una manera de contextualizar diferente que si bien no es totalmente ajena a los procesos generales de la creación, si amplía la necesidad de seguir buscando significaciones y significados al trabajo creativo.
Cuando exageramos, describimos detalladamente o recreamos de alguna manera a un personaje concreto, lo vamos despojando de sus determinaciones físicas que lo hacen ser simplemente un humano más, concreto y real, y provocamos una abstracción de esos rasgos de personalidad, o de esas características particulares, físicas o psicológicas, y se convierte por tanto en una imagen representativa, en una abstracción de ese ser concreto que dio origen a nuestro trabajo de narrar y/o describir nuestros personajes y los incidentes de sus particulares circunstancias, pero lo que no podemos olvidar en todo este proceso del arte de la ficción es que el verdadero poder de lo que hacemos, radica en las imágenes y en la riqueza de las pinturas que pueda descubrir y recrear en su mente, el alter-ego del creador o demiurgo que no es otro que el lector.

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